PRÓLOGO al libro El lugar del Hoyo se hizo villa – 1636

Julio Vías

Escritor y Profesor invitado de la Universidad Autónoma de Madrid

CITAR COMO: Julio Vías. 2023. Prólogo. En El lugar del Hoyo se hizo villa – 1636..Coordinado por Gloria Tena, 3-6. Hoyo de Manzanares: Asociación Cultural El Ponderal.

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La asociación cultural El Ponderal saca a la luz esta nueva publicación El lugar del Hoyo se hizo villa – 1636, con el alto nivel de calidad y el rigor cultural y científico a los que nos tiene acostumbrados. Se trata de un extenso y documentado estudio sobre el privilegio de villazgo de Hoyo de Manzanares, otorgado en 1636 por Rodrigo Díaz de Vivar Mendoza y Sandoval, VII duque del Infantado y conde del Real de Manzanares. Este largo documento manuscrito, conservado en el Archivo Histórico de la Nobleza (Osuna) del Hospital de Tavera, en Toledo, ha sido transcrito hace relativamente poco y de forma independiente y casi simultánea por los historiadores locales Gloria Tena (2017) y Juan Manuel Blanco Rojas (2019), lo que ha permitido el desarrollo y la publicación de los cuatro trabajos que aquí se incluyen. Sus autores conocen a fondo los temas que desarrollan, pero escriben en un leguaje ameno y divulgativo que acercan la obra al lector no iniciado en las casi siempre arduas materias de archivística y documentación.

La Asociación Cultural El Ponderal viene desarrollando en este entorno una actividad admirable desde hace casi una década. Fundada en 2015 por un grupo de voluntarios que participaban en la primera excavación del yacimiento altomedieval de La Cabilda, dirigida por Charo Gómez-Osuna y Elvira García Aragón (fue Charo la que impulsó a aquel grupo entusiasta para organizarse y crear la asociación), se marcó como principal objetivo el conocimiento y la conservación del rico patrimonio cultural de la localidad, sobre todo en el aspecto documental a través del estudio de archivos históricos y la adquisición de fondos antiguos para su preservación y custodia. La Asociación publica desde 2017 la revista anual Apuntes de El Ponderal, cuyos seis números aparecidos hasta ahora reúnen cerca de cincuenta artículos sobre temas del máximo interés patrimonial y etnográfico, como son los archivos y la documentación histórica, los yacimientos arqueológicos, los antiguos sistemas de abastecimiento y distribución de agua, la apicultura tradicional, la explotación de la piedra berroqueña de la zona, la arquitectura popular, la caminería histórica y la toponimia. Pero además promueve la conservación del importante patrimonio natural y la biodiversidad de la Sierra del Hoyo, y en este aspecto quiero destacar aquí el decisivo papel que la Asociación jugó en la organización y desarrollo de las Jornadas sobre Contaminación Lumínica en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, que impulsamos desde el Ayuntamiento de Miraflores de la Sierra en 2016, cuando el que suscribe bregaba allí como concejal de Medio Ambiente y Urbanismo. Fue en las III Jornadas del año 2018, organizadas en Hoyo de Manzanares por el secretario de la Asociación y buen amigo Antonio Tenorio, cuando conseguimos que la Asamblea de Madrid suscribiera la Declaración de La Palma sobre la Defensa del Cielo Nocturno. Mereció mucho la pena aquella lucha común con él y otros amigos, algunos de ellos los más acreditados expertos del país en materia de contaminación lumínica, en defensa del amenazado firmamento de la Sierra de Guadarrama.

El Grupo de Toponimia de la Asociación Cultural El Ponderal desarrolla desde hace años una intensa actividad investigadora que se ha materializado en varios trabajos publicados en los años 2015, 2016 y 2021. Está integrado fundamentalmente por Antonio Tenorio y Eulogio Blasco Logín, dos acreditados expertos en la materia, con la colaboración inestimable de Felipe Moreno, el Churrero, que ha sido pastor y por tanto es un gran conocedor de los caminos vecinales y los topónimos relacionados con ellos. La participación de este último en el estudio que nos ocupa ha sido de gran valor, pues el manuscrito nos da una información importantísima sobre las sendas, los caminos y las cañadas con todos sus topónimos. Aunque pueda parecer inmodestia mencionarlo aquí, tengo el orgullo de compartir con Felipe el Premio a la Defensa de las Cañadas y los Caminos Públicos, que nos otorgó la Sociedad Caminera del Real de Manzanares en un acto celebrado en Torreforum en enero de 2012. La toponimia de la Sierra de Guadarrama es un tema que me apasiona desde hace muchos años y sobre el que he hablado y escrito en numerosas ocasiones, por lo que accedo con gran satisfacción y agradecimiento a la petición de Antonio de escribir este prólogo documentos relacionados y recorriendo a pie una y otra vez los lugares que se mencionan, lo que los autores han hecho a veces en solitario o en compañía de algunas gentes de edad de Hoyo y otros municipios cercanos, como antiguos cazadores, ganaderos y guardas forestales. Ellos son los últimos representantes de una generación genuinamente rural que no tiene relevo y que es la depositaria del conocimiento de muchos topónimos que podrían desaparecer en breve si no se recogen y se conservan de forma rápida y decidida. El título del capítulo hace referencia a los mojones que señalaban a mediados del siglo XVII los límites del término de la entonces nueva villa de Hoyo con los de Colmenar Viejo y Torrelodones, unas tierras entonces dedicadas exclusivamente a la ganadería extensiva, al carboneo y a una pobre agricultura de subsistencia, pero muy frecuentadas por la realeza dado su carácter de cazadero real en parte incluido todavía en el Monte de El Pardo, lo que tuvo consecuencias no sólo socioeconómicas sino también paisajísticas, como verá quien se adentre en el libro. El conjunto de antiguos nombres de lugar recogidos y comentados en este capítulo viene a enriquecer todavía más el ya de por sí rico patrimonio toponímico de estas montañas tan cercanas a Madrid, uno de los territorios más conocidos, frecuentados, estudiados y prolijamente descritos de toda la geografía española como causa y efecto del llamado ecoturismo o turismo activo, que progresivamente va degenerando en un puro y simple turismo de masas con todos los peligros que ello supone para la conservación de su patrimonio natural y cultural.

La atenta lectura del texto de este capítulo transmite al lector sensible la emoción que se siente al descubrir el paisaje con la lupa de la historia y nos proporciona las claves necesarias para su contemplación sosegada, con la misma mirada de los primeros maestros de la Institución Libre de Enseñanza que recorrieron la Sierra del Hoyo a finales del siglo XIX. La labor de investigación llevada a cabo ha dado sus frutos con nuevos descubrimientos. Uno ha sido la localización del paraje donde estuvo situada la desaparecida ermita de la Santísima Trinidad del Hoyo, alrededor de la cual, según la hipótesis que establecen los autores, estuvo situado el poblado medieval de Carboneros, también desaparecido; el otro ha sido determinar los hasta ahora desconocidos límites meridionales del municipio, incluyendo las fincas Casablanca y El Pendolero, pero también el paraje de El Cascadero, que formaban parte del cazadero real del Monte de El Pardo en la época en que se otorgó el privilegio de villazgo.

El capítulo nos descubre, además, algunos pormenores muy interesantes relativos a las costumbres, el lenguaje y las expresiones populares al uso en el entorno de la Sierra de Guadarrama a mediados del siglo XVII. Es curioso conocer, por ejemplo, cómo se hacían los apeos y deslindes de las tierras, y así podemos ver cómo el juez designado por el duque del Infantado para dar fe del reconocimiento de los mojones citaba a los apeadores nombrados por los tres pueblos a las seis de la mañana, seguramente para evitar el calor sofocante del mediodía en plena canícula del mes de julio, lo que no era óbice para que en otra ocasión los convocara a las dos de la tarde, posiblemente por propia conveniencia dadas sus muchas ocupaciones. Resulta emocionante reconocer hoy día las cruces, letras e inscripciones que se grabaron y renovaron a golpe de cincel durante generaciones y que todavía se pueden observar en los bolos graníticos que servían de hitos. Estos a veces son referidos en el manuscrito como cantos nacedizos, es decir los berruecos que afloran del suelo salpicando el paisaje por doquier, diferenciándolos de los cantos postizos (del latín positus, es decir “puesto”) que se apilaban levantando hitos quizá de mampostería en seco. Algunos de los primeros se mencionan en el documento describiendo sus formas (lanchas o cantos), las grietas o diaclasas por las que se van fracturando con el paso de los siglos, las combas como pilas que se forman en ellos por la erosión del granito, que lentamente se descompone en granos de cuarzo y feldespato formando arenas, lo que queda reflejado en el topónimo Cantos Arenosos. Incluso en ocasiones también se describen las vetas blancas de cuarzo que a veces aparecen en las rocas, lo que ha permitido a los autores reconocer e identificar algunos de ellos. La topografía queda plasmada con expresiones de origen medieval como asomante, (que se asoma), que fuera del ámbito territorial que nos ocupa, pero muy cerca de allí, acabó dando su actual denominación a la alta y vecina cumbre de Asómate de Hoyos, en la Cuerda Larga y que en el límite del municipio con Torrelodones da nombre a la Somadilla del Hoyo. Las distancias entre cada mojón se reflejaban con expresiones entonces al uso tan hermosas como a tiro de piedra o a tiro de honda. Considerando esta insospechada significación histórica y cultural que guardan estos sencillos hitos de piedra, es lamentable que muchos de ellos hayan desaparecido engullidos por la urbanización descontrolada del territorio y las infraestructuras viarias.

Los topónimos son tornadizos y mudables y a veces se escurren como un pez entre las manos cuando se intenta seguir su rastro. Entre los muchos que recoge el manuscrito algunos son fáciles de identificar y localizar, como el Cerro Astillero, que se ha desgastado por el uso de cuatro siglos convirtiéndose en el Zarrastrilleros actual, pero de otros se han perdido completamente sus huellas, como el Pajar de la Barrosa, por poner un único ejemplo. En todo caso, identificados o no, podemos disfrutar de su belleza y del interés que desatan en nuestra imaginación: Camino de Peregrinos, Vereda del Tejar, Camino Real de Oyo a Madrid, Raya de Madrid, Cuesta del Garbanzal, Peña Vermeja, Corral de Vartolomé Mingo, Arroyo de Trofa, Cerro Pendolero

Estos y otros muchos topónimos también recogidos en el manuscrito, que han sido rescatados por Antonio y Logín con la ayuda de Felipe Moreno y otros vecinos profundamente conocedores del territorio, conforman un importante patrimonio lexicográfico que viene a sumarse al ya recuperado en trabajos anteriores publicados sobre la vertiente madrileña de la sierra y algún otro sobre la segoviana, como el monumental estudio de nuestro desaparecido amigo Julio de Toledo Jáudenes sobre la toponimia del entorno de Valsaín. Con estos, y otros que sin duda irán apareciendo, deberán completar algún día el gran corpus toponímico de la Sierra de Guadarrama.

En el primer capítulo del libro, “Transcripción del manuscrito Documento 9 de la caja 1690. Archivo de la Casa de Osuna”, se incluye la reproducción facsímil del documento y la transcripción completa del mismo, con un breve texto de Gloria Tena en el que se explica la exquisita metodología empleada (doble transcripción independiente, análisis de las discrepancias y resolución de dudas por un tercero), los diferentes tipos de letra del siglo XVII a los que hubo que enfrentarse y otros detalles no menos interesantes. Ella es también la autora del tercer capítulo, “Hoyo dentro del Señorío del Real de Manzanares. Contexto histórico-social. Siglos XVI y XVII”, en el que analiza la estructura social en el Real de Manzanares entre los siglos XIV y XVI. Aquí al lector le llamará especialmente la atención la descripción de las penosas condiciones de vida de los lugareños, sometidos a la presión recaudatoria del rey y del duque del Infantado y siempre necesitados a causa de las pobres cosechas que daban unas tierras tan pobres bajo una climatología mucho más fría y rigurosa que la actual.

En el segundo capítulo “El Real de Manzanares, la Casa del Infantado y el Título de Villazgo de Hoyo” Juan Manuel Blanco Rojas, su autor, se centra especialmente en la figura del destacado personaje histórico que otorgó el privilegio de villazgo: el ya mencionado Rodrigo Díaz de Vivar Mendoza y Sandoval, duque del Infantado, conde del Real de Manzanares y uno de los nobles más poderosos de la corte de Felipe IV, quien no se preocupaba mucho de atender ni siquiera de visitar sus tierras y señoríos, ocupado como estaba en disfrutar de la vida cortesana y en los manejos políticos que le hicieron perder el favor real hasta la caída del Conde Duque de Olivares.

Por fin, en el cuarto y último capítulo “Los amojonamientos en el lugar del Oyo”, los ya mencionados Antonio Tenorio y Eulogio Blasco estudian con detalle los numerosos topónimos recogidos en el manuscrito. La metodología empleada ha sido la habitual en las investigaciones sobre toponimia, estudiando en profundidad la transcripción del documento de villazgo y de otros documentos relacionados y recorriendo a pie una y otra vez los lugares que se mencionan, lo que los autores han hecho a veces en solitario o en compañía de algunas gentes de edad de Hoyo y otros municipios cercanos, como antiguos cazadores, ganaderos y guardas forestales. Ellos son los últimos representantes de una generación genuinamente rural que no tiene relevo y que es la depositaria del conocimiento de muchos topónimos que podrían desaparecer en breve si no se recogen y se conservan de forma rápida y decidida. El título del capítulo hace referencia a los mojones que señalaban a mediados del siglo XVII los límites del término de la entonces nueva villa de Hoyo con los de Colmenar Viejo y Torrelodones, unas tierras entonces dedicadas exclusivamente a la ganadería extensiva, al carboneo y a una pobre agricultura de subsistencia, pero muy frecuentadas por la realeza dado su carácter de cazadero real en parte incluido todavía en el Monte de El Pardo, lo que tuvo consecuencias no sólo socioeconómicas sino también paisajísticas, como verá quien se adentre en el libro. El conjunto de antiguos nombres de lugar recogidos y comentados en este capítulo viene a enriquecer todavía más el ya de por sí rico patrimonio toponímico de estas montañas tan cercanas a Madrid, uno de los territorios más conocidos, frecuentados, estudiados y prolijamente descritos de toda la geografía española como causa y efecto del llamado ecoturismo o turismo activo, que progresivamente va degenerando en un puro y simple turismo de masas con todos los peligros que ello supone para la conservación de su patrimonio natural y cultural.

La atenta lectura del texto de este capítulo transmite al lector sensible la emoción que se siente al descubrir el paisaje con la lupa de la historia y nos proporciona las claves necesarias para su contemplación sosegada, con la misma mirada de los primeros maestros de la Institución Libre de Enseñanza que recorrieron la Sierra del Hoyo a finales del siglo XIX. La labor de investigación llevada a cabo ha dado sus frutos con nuevos descubrimientos. Uno ha sido la localización del paraje donde estuvo situada la desaparecida ermita de la Santísima Trinidad del Hoyo, alrededor de la cual, según la hipótesis que establecen los autores, estuvo situado el poblado medieval de Carboneros, también desaparecido; el otro ha sido determinar los hasta ahora desconocidos límites meridionales del municipio, incluyendo las fincas Casablanca y El Pendolero, pero también el paraje de El Cascadero, que formaban parte del cazadero real del Monte de El Pardo en la época en que se otorgó el privilegio de villazgo.

El capítulo nos descubre, además, algunos pormenores muy interesantes relativos a las costumbres, el lenguaje y las expresiones populares al uso en el entorno de la Sierra de Guadarrama a mediados del siglo XVII. Es curioso conocer, por ejemplo, cómo se hacían los apeos y deslindes de las tierras, y así podemos ver cómo el juez designado por el duque del Infantado para dar fe del reconocimiento de los mojones citaba a los apeadores nombrados por los tres pueblos a las seis de la mañana, seguramente para evitar el calor sofocante del mediodía en plena canícula del mes de julio, lo que no era óbice para que en otra ocasión los convocara a las dos de la tarde, posiblemente por propia conveniencia dadas sus muchas ocupaciones. Resulta emocionante reconocer hoy día las cruces, letras e inscripciones que se grabaron y renovaron a golpe de cincel durante generaciones y que todavía se pueden observar en los bolos graníticos que servían de hitos. Estos a veces son referidos en el manuscrito como cantos nacedizos, es decir los berruecos que afloran del suelo salpicando el paisaje por doquier, diferenciándolos de los cantos postizos (del latín positus, es decir “puesto”) que se apilaban levantando hitos quizá de mampostería en seco. Algunos de los primeros se mencionan en el documento describiendo sus formas (lanchas o cantos), las grietas o diaclasas por las que se van fracturando con el paso de los siglos, las combas como pilas que se forman en ellos por la erosión del granito, que lentamente se descompone en granos de cuarzo y feldespato formando arenas, lo que queda reflejado en el topónimo Cantos Arenosos. Incluso en ocasiones también se describen las vetas blancas de cuarzo que a veces aparecen en las rocas, lo que ha permitido a los autores reconocer e identificar algunos de ellos. La topografía queda plasmada con expresiones de origen medieval como asomante, (que se asoma), que fuera del ámbito territorial que nos ocupa, pero muy cerca de allí, acabó dando su actual denominación a la alta y vecina cumbre de Asómate de Hoyos, en la Cuerda Larga y que en el límite del municipio con Torrelodones da nombre a la Somadilla del Hoyo. Las distancias entre cada mojón se reflejaban con expresiones entonces al uso tan hermosas como a tiro de piedra o a tiro de honda. Considerando esta insospechada significación histórica y cultural que guardan estos sencillos hitos de piedra, es lamentable que muchos de ellos hayan desaparecido engullidos por la urbanización descontrolada del territorio y las infraestructuras viarias.

Los topónimos son tornadizos y mudables y a veces se escurren como un pez entre las manos cuando se intenta seguir su rastro. Entre los muchos que recoge el manuscrito algunos son fáciles de identificar y localizar, como el Cerro Astillero, que se ha desgastado por el uso de cuatro siglos convirtiéndose en el Zarrastrilleros actual, pero de otros se han perdido completamente sus huellas, como el Pajar de la Barrosa, por poner un único ejemplo. En todo caso, identificados o no, podemos disfrutar de su belleza y del interés que desatan en nuestra imaginación: Camino de Peregrinos, Vereda del Tejar, Camino Real de Oyo a Madrid, Raya de Madrid, Cuesta del Garbanzal, Peña Vermeja, Corral de Vartolomé Mingo, Arroyo de Trofa, Cerro Pendolero

Estos y otros muchos topónimos también recogidos en el manuscrito, que han sido rescatados por Antonio y Logín con la ayuda de Felipe Moreno y otros vecinos profundamente conocedores del territorio, conforman un importante patrimonio lexicográfico que viene a sumarse al ya recuperado en trabajos anteriores publicados sobre la vertiente madrileña de la sierra y algún otro sobre la segoviana, como el monumental estudio de nuestro desaparecido amigo Julio de Toledo Jáudenes sobre la toponimia del entorno de Valsaín. Con estos, y otros que sin duda irán apareciendo, deberán completar algún día el gran corpus toponímico de la Sierra de Guadarrama.

Portada y contraportada de El lugar del Hoyo se hizo villa – 1636.
Imagen de Paisaje con campesinos. LOUIS LE NAIN1640. National Gallery of Art. Washington DC. EE.UU.

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